Nuestra primera psicóloga, vivía en un sinvivir tremendo con mi hijo por los problemas derivados de la lactancia y el autismo, de la supuesta genética autista del padre de mis criaturas y de no ver progresos más allá del lenguaje verbal y el contacto ocular. Para acabar de rematarla, mi hijo resultó tener una leve afición a mostrarse como uno de esos niños autistas que caminan de puntillas y, en su caso, también giraba los pies hacia adentro. Cada semana me hacía una nueva crítica al respecto: que si esa forma de caminar no podía ser normal; que si era torpe de movimientos; que si todos los zapatos con los…