Este libro me lo descubrió una amiga, Annabel, de La nave del bebé, cuando lo encontró por casualidad entre las novedades de su biblioteca de barrio. Por suerte, también estaba en la de nuestro pueblo, así es que durante una de las sesiones de terapia ocupacional del niño, me escapé a por él, porque tras leer la experiencia escrita por Temple Grandin en Pensar en imágenes, tuve claro que me interesaban muchísimo las vivencias de los autistas adultos. A diferencia del de Grandin Mírame a los ojos. Mi vida con síndrome de Asperger de John Elder Robinson es un libro apasionante. Una autobiografía en la que en muchos capítulos te olvidas de que el protagonista de la historia tiene Asperger, porque desde su catastrófica infancia en el seno de una familia completamente desestructurada, con un padre alcohólico y maltratador y una madre con una enfermedad mental y abducida por una secta, el chiquillo no es que lo tuviera precisamente fácil para desarrollar sus habilidades, ser independiente e incluso el sostén económico de su hermano y de su propia novia universitaria en algunas épocas de su juventud. Me llamó la atención su título porque ya sabemos todos la obsesión generalizada que existe en torno a las miradas esquivas de las personas con Trastorno del espectro autista, pero no, el libro no gira en torno a los ojos de Robinson.
No sólo autónomo sino independiente
Pese a dejar los estudios en el instituto, Robinson llegó a trabajar como ingeniero en importantes marcas jugueteras de EEUU, entre otros sectores. Su vida ha sido muy de película, escapándose de casa, trabajando antes de la mayoría de edad en la fabricación de artefactos visuales para conciertos de rock en las giras de grupos como KISS… Vamos, lo que se dice en un entorno muy poco autista: mareas de gente, escándalo por todas partes, presión, cambios constantes de hoteles, de residencia, vida en la carretera, un entorno de drogas muy poco apropiado para cualquiera… Y de todo logró salir adelante. Por sus capacidades, percibía con claridad que no encajaba socialmente, que prefería trabajar apartado, no acudir a actos sociales, no preocuparse por su atuendo y centrarse sólo en demostrar su valía en el trabajo. Hasta el punto de cambiar radicalmente de oficio cuando asumió que su brillantez técnica pero nulas habilidades interpersonales no le permitirían ser feliz nunca en la sociedad de la época (años 80-90) por lo que nunca le ha temblado el pulso a la hora de dar drásticos giros a su existencia. Esta es la enseñanza que nos llegará más hondo a los padres de niños con autismo, el que pueden llevar una vida por sí mismos, con sus limitaciones, con obstáculos en el camino pero que no es una utopía dependiendo del caso.
La infancia y la adolescencia de un rebelde
En Mírame a los ojos. Mi vida con síndrome de Asperger, el autor incluye recuerdos de su primera infancia porque ya a los 3 años se le quedó grabada la muerte de su único amigo de la escuela, y cómo desde aquel momento se dio cuenta de que el resto de niños (y los desafortunados comentarios de sus padres) no casaban con su personalidad. No los comprendía, no era capaz de ponerse en la piel de ellos, ni entender por qué les gustaban juegos tan tontos cuando él ya tenía un razonamiento muy lógico para su edad. En la adolescencia se rieron de él, claro, pero para encajar en el grupo se pasó al bando de los chicos problemáticos. En realidad no sabe uno qué es peor, que se burlen de tu hijo a esas edades o que sea el cabecilla de todas las malas ideas del barrio. En más de una ocasión se vio envuelto en altercados con la policía e incluso pasó por la cárcel, todo fruto de no comprender dónde están los límites para la convivencia en sociedad, dónde acaba una broma o un experimento y comienza un delito.
La decisión de volverse normal
Lo llamo así porque es exactamente como Robinson lo define en su libro, ese punto de inflexión en su vida, entre los 30 y los 40 años, en el que asume que su condición de Asperger no le permite vivir de forma satisfactoria si se rige exclusivamente por sus propios intereses y deseos. Gracias a su capacidad intelectual, el protagonista rompe con su vida anterior: reconoce que a su edad sigue aprendiendo diariamente las convenciones sociales como si fuera un niño, pero ya lleva tres décadas acumulando conocimiento propio en estas parcelas y tiene la capacidad de hacerse pasar por un hombre adulto común y corriente. En su interior, sabe que no es así y que él preferiría seguir relacionándose exclusivamente con sus circuitos eléctricos y regido por las leyes de la técnica, pero está convencido de que es a través del contacto social donde se puede vivir de verdad y plenamente. De hecho, desde su experiencia, desautoriza a los profesionales que sostienen argumentos como que los niños con autismo prefieren jugar solos: él quería jugar con los demás, pero no sabía cómo hacerlo y ya cumplidos los 60 años lo sigue recordando exactamente así, no como un deseo sino como la única alternativa que le quedaba. Cuando se sintió aceptado por primera vez fue al entrar a trabajar en el mundo de la música, porque todo el mundo presupone que quien se dedica a este sector debe ser algo excéntrico y fuera de lo común, y así su Asperger pasó desapercibido.
Varios cargos directivos, una empresa propia, dos matrimonios y un hijo, también Asperger, hacen de la vida de John Robinson una lectura muy recomendable para comprender a ciertos tipos de personas dentro del espectro. A mí me ha fascinado lo bien escrito que está, lo trepidante que es su lectura, sin dejar de lado una infancia terrible, una adolescencia desorganizada por completo y una madurez muy bien asentada.